Los progresos económicos, políticos y de desarrollo humano alcanzados por el departamento de Santa Cruz en las últimas décadas hacen de la experiencia cruceña una historia de éxito en Bolivia, y en alguna medida en el contexto sudamericano.
Santa Cruz ha creado un modelo productivo agroindustrial alrededor del cual se ha desarrollado una economía dinámica, de base ancha y socialmente inclusiva, un modelo que asigna un rol protagónico a la empresa privada y promueve la inversión extranjera. Se trata, también, de una experiencia promisoria de apertura económica e integración al mercado internacional. Una experiencia así no existe en ningún otro lugar de Bolivia.
De ahí también el atractivo que el progreso cruceño irradia en el resto de las poblaciones del país, muchos de cuyos habitantes se vuelcan a la capital y las provincias orientales en busca de oportunidades y una mejor condición de vida, integrándose a la sociedad cruceña. El éxito de Santa Cruz no es solo económico sino también político.
La región ha forjado sus instituciones de representación y gobierno, que se desenvuelven con autorreferencia y autonomía, y una sociedad civil vigorosa y activa en la solución de sus propias necesidades, al menos según los parámetros nacionales. La libertad individual y las relaciones de confianza y cooperación son rasgos de la cultura cruceña que estimulan y desafían la capacidad de las personas, su esfuerzo y talento como medios insustituibles para la superación y el éxito; muy lejos del paternalismo sofocante del Estado.
No sorprende, entonces, que Santa Cruz haya conseguido los mayores avances en la construcción de un gobierno departamental con autonomía y amplia legitimidad.
Por cierto, la política departamental no ha sido ajena al clima de polarización que ha impregnado toda la política boliviana y en medio del cual se ha impuesto un régimen autocrático y corporativo, en pulso constante con las fuerzas democráticas y descentralizadoras en las regiones.
En este escenario complejo, Santa Cruz simboliza la cara opuesta del proyecto del Estado plurinacional, cuyo arcaísmo rivaliza con su manifiesto fracaso. Es acá donde parece haber arraigado más la idea de una nación moderna y abierta, entendida como una comunidad democrática y plural de ciudadanos libres e iguales en derechos y oportunidades.
Como si fuera poco, la sociedad cruceña vive las tensiones inherentes a su condición de región emergente en el cambiante escenario boliviano. Reconfigurados los equilibrios de poder, por la irrupción de Santa Cruz al centro de gravedad de la vida nacional, las élites cruceñas (políticas, económicas e intelectuales) ven acrecentarse sus responsabilidades, ya no solo con su propia colectividad sino con el conjunto de Bolivia, que quizá no oculta su ilusión de un nuevo liderazgo en el siglo XXI, para superar la pobreza y las brechas internas que lastran el porvenir de la patria.
19 de septiembre de 2017
Fuente: El Deber
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