La conectividad de alta velocidad a Internet, la tecnología y los servicios digitales son los catalizadores de una “revolución digital” que transforma el mundo. Las tecnologías móviles, las redes sociales, el cloud computing, el big data y el Internet de las cosas, están en la base de esta profunda transformación de nuestra forma de vivir y que, además, modifica los ciclos económicos y difumina las fronteras geográficas.
De hecho, el acceso a las telecomunicaciones en América Latina, y también en Bolivia, registra muchos avances en el último tiempo. Las brechas de acceso a Internet, al interior de los países y en relación con las naciones más desarrolladas, se han ido reduciendo gradualmente, particularmente en el campo de las tecnologías móviles. Este proceso es resultado en gran medida de la disminución de las tarifas de acceso así como del aumento de la cobertura de las redes y el menor costo de los equipos terminales.
Pero es evidente que no basta con cerrar la brecha digital, que aún queda por hacer. El reto fundamental tiene que ver con la capacidad de crear más valor y riqueza a partir de esta revolución. El modelo productivo tradicional basado en recursos naturales debe renovarse y complementarse con nuevos ámbitos de emprendimiento en los cuales la innovación y la creatividad tengan un papel protagónico. La economía en la región, y por cierto también en nuestro país, aún no es capaz de explotar la velocidad con que la conectividad avanza, siendo más consumidora de servicios y productos digitales que productora competente.
A ello hay que agregar el carácter global de los servicios digitales “en la nube”, que limita de forma significativa el alcance de las regulaciones nacionales y de sus órganos de control. Lo cual es especialmente relevante en un contexto donde intervienen grandes actores globales que mantienen posiciones prominentes arraigadas en fuertes efectos de red y economías de escala, que contrasta con mercados locales incipientes, amén de otras dificultades que nuestras naciones afrontan, especialmente las de menor desarrollo relativo, para generar economías de escala en la producción y los servicios digitales y así poder llegar a ser internacionalmente competitivas.
En Bolivia, la industria de contenidos y servicios digitales es un sector que transita por una etapa de formación. La buena noticia es que ya tiene presencia en la economía boliviana y que su potencial de crecimiento puede ser grande. Entendiendo que el desarrollo económico se sustenta primordialmente en la generación de valor agregado, la pregunta es si el país está en condiciones de generar una oferta creciente de valor agregado sobre la conectividad, de tal forma que se maximice la creación de riqueza en un sector ciertamente nuevo, pero cuyo rol luce vital y clave para las posibilidades de diversificación económica. Y tanto más por el hecho de que el signo de la época es el fenómeno de la digitalización de la economía global, que cambia aceleradamente todos los patrones de producción.
Una hipótesis básica que enmarca este trabajo es que en Bolivia, tal como sucede en otros lugares, los negocios alrededor de las tecnologías digitales tienen el potencial de constituir una industria por sí misma y, a partir de ahí, de impulsar procesos de innovación tecnológica, mejoras de productividad y modernización de gestión en otros sectores de la economía nacional.
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