“Las universidades están saturadas de estudiantes que cursan Derecho, Contabilidad, Auditoría y otras carreras humanísticas; son carreras con escasas oportunidades laborales y alejadas de los requerimientos de la innovación y la economía del conocimiento”.
Con esas palabras, Henry Oporto, director de la Fundación Milenio, resume la situación de la formación académica en las universidades públicas del país que, a la fecha, son cuestionadas por albergar en sus aulas, por décadas, a algunos estudiantes y dirigentes.
El ejecutivo que también fue secretario ejecutivo de la FUL de la Universidad Mayor de San Andrés (1978-1982 período considerado como el de la reconquista de la autonomía universitaria), cita como ejemplo que en la UMSA, a principios de los años 2000, el número de alumnos en Ciencias Jurídicas era casi el doble del número de alumnos en Ingeniería y en Ciencias Puras; la carrera de Psicología tenía casi tantos alumnos como la Facultad Técnica que forma técnicos superiores y medios.
Es decir, lo que menos se prepara son capacidades humanas para el emprendimiento, la innovación, la tecnología y la ciencia.
DATOS. Asimismo, señala que “hay estudios que refieren que incluso en las universidades privadas de corte empresarial, no parece que se estuvieran formando más que futuros empleados o consultores, pero escasamente talentos creativos y empresariales”.
Es decir, lo que menos se prepara son capacidades humanas para el emprendimiento, la innovación, la tecnología, la ciencia.
Según el análisis de Oporto titulado “Universidades secuestradas: La educación superior toca fondo”, existen estudios que alertan que solo el 14% de la demanda del mercado tiene correspondencia directa con la oferta de carreras en el sistema universitario. “El 70% de la oferta académica carece de relación con el mercado profesional. (…) El 45% de los alumnos tiene un tiempo promedio de estudios entre 4 y 10 años, y el 55% de más de 10 años, a nivel de licenciatura. Quienes lograban su titulación representaban un magro 14% de la población universitaria total, y el 3,2% de los nuevos matriculados”.
Todo esto —dice— da una idea de las altas tasas de permanencia, repetición y deserción estudiantil. “Se anota que solo la mitad del profesorado se compone de docentes titulares; el 83% tenían títulos de licenciados, 8% de maestría y 1% de doctorado; el 77% cumplían labores a tiempo parcial, y solamente el 23% con dedicación exclusiva. No obstante el incremento del cuerpo docente, muchos de ellos debían impartir clases en aulas de más de 100 alumnos. Así y todo, ser docente es una ocupación que puede resultar apetecible, independientemente de las calificaciones y cualidades para la enseñanza”.
La desconexión entre la docencia y la investigación es un mal endémico. Y si bien las universidades; específicamente la UMSA, UMSS y UGRM; concentran la mayoría de los centros de investigación en el país —algunos de prestigio—, en general la producción científica y tecnológica es muy pobre.
“Las universidades asignan fondos exiguos a I+D; además, la poca investigación está a menudo desligada de la producción y las empresas, y casi no hay trabajos publicados en revistas científicas internacionales. Dentro de la escasa producción de patentes en Bolivia, el aporte de la academia es mínimo e irrelevante internacionalmente”, agrega en su análisis.
Y concluye que “Apoltronadas, casi encerradas sobre sí mismas, con muy pocas vinculaciones con el sistema productivo nacional, alejadas de los centros de innovación y marginadas del proceso de internacionalización de la educación, nuestras universidades tienen restricciones severas para generar conocimiento e innovación y producir pensamiento y cultura democrática; solo escasamente pueden formar capital humano, y no son más la cantera de las élites intelectuales y políticas que puedan conducir la transformación del país”.
Y lo insólito —insiste Oporto— es que ni las universidades ni el Estado se hacen cargo del problema, para crear alternativas de formación profesional cortas, económicas, prácticas y útiles para la vida laboral de los futuros profesionales.
5 de junio de 2022
Fuente: La Razón
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