PÁGINA SIETE: Milenio: la economía necesita de una reforma

Como cada año desde hace muchos, la Fundación Milenio presentó su informe sobre la economía nacional, que es el más completo y serio de fuente no gubernamental con que contamos.

El informe no solo muestra el panorama de los procesos económicos, sino que esta vez sugiere algunas políticas o, mejor dicho, el cambio en ciertas concepciones económicas.

Desaceleración

El informe comienza, como es lógico, mostrando la desaceleración del crecimiento del PIB, que en 2016 cayó a 4,3% y en el primer trimestre de este año a 3,3%. Este decrecimiento, que se atribuye a la caída de las exportaciones bolivianas, se traduce en una menor expansión de todos los tipos de gasto, como se puede ver en el cuadro anexo a esta nota.

En 2016 el gobierno gastó e invirtió más que el año anterior, pero a un ritmo de crecimiento menor.

Los hogares consumieron más que el año anterior, pero a un ritmo inferior. Este decaimiento reduce la creación de empleos y oportunidades económicas, y se traduce en una tasa de inflación baja, de 4%, que al parecer seguirá su tendencia descendente este año.

También se traduce en la generación de menos ahorros: los depósitos solían crecer a un ritmo de 18% anual; en 2016 lo hicieron en 3,2%.

En suma, no hemos dejado de crecer, pero el crecimiento se ha ralentizado significativamente.

Presión sobre las reservas

La caída de las exportaciones, cuyo valor en 2016 ha sido un 40% menor que en 2014 (bajando de 14.000 a 8.000 millones de dólares), y la sistemática caída de la inversión externa, que es el resultado de la deprimida situación mundial de las materias primas, en suma, el “shock internacional” (como lo llaman los economistas) ha causado que los ingresos de divisas del país disminuyan.

Ahora bien, como al mismo tiempo las importaciones solo han disminuido en un 15%, el resultado ha sido una pérdida neta de divisas. En efecto, Milenio muestra que en 2016 las reservas de dólares cayeron en 3.000 millones.

Cuestionadas sobre este punto, las autoridades económicas nacionales han señalado en el pasado que no tienen por qué tratar de disminuir las importaciones, a fin de precautelar las reservas, ya que aquellas son principalmente de bienes de capital (maquinarias, insumos), es decir, vienen a aportar a la generación de nueva riqueza.

Henry Oporto, coordinador del informe de Milenio, atribuye la caída de las reservas a la política expansiva de gasto público, que estimula las importaciones para cubrir las necesidades de las actividades contratadas por el gobierno.

¿Qué hacer? Por un lado, la pérdida de reservas es necesaria para expandir el consumo y por tanto el bienestar de la población. Dado que no nos autoabastecemos ni siquiera en alimentos, necesitamos comprar productos del extranjero. Y la importación de estos productos tiene efectos sobre nuestra provisión de divisas.

Por otra parte, una pérdida muy considerable de reservas podría traer problemas financieros, desandando lo avanzado en la bolivianización de las finanzas, logro que se sostiene sobre la convertibilidad (capacidad de ser cambiados en dólares) de los bolivianos depositados o prestados.

Por suerte, la caída de reservas se produce hoy desde un nivel muy alto, de 15.000 millones de dólares en 2014, acumulado durante la década de bonanza. Por otra parte, el gobierno, consciente del peligro, ha contratado deuda externa para mantener las reservas de dólares por encima de los 10.000 millones. Claro que endeudarse con este propósito tiene, como se dice, “patas cortas”…

Sin embargo, el informe de Milenio recuerda un defecto estructural del modelo económico, y es que tiende a estimular las importaciones. Buena parte del bienestar social que produce este modelo depende de haber anclado en 2011 el tipo de cambio entre el boliviano y el dólar en 6,98.

Este anclaje ha tornado muy barato el dólar en Bolivia, de modo que se produce, dice Milenio, una “ganancia inesperada” para los que actúan en las actividades “no transables” (es decir, que no compiten con el extranjero y que operan con bolivianos), que con la misma producción (sin invertir o trabajar más) pueden comprar cada vez más productos transables, esto es, importados. Dicho de manera más sencilla: los que ganamos en bolivianos ganamos cada vez más, si cambiamos nuestro ingreso a dólares. Eso lleva a la clase media a viajar (las ciudades bolivianas se han tornado más caras en dólares que las extranjeras) y a los capitalistas a importar…

Enfermedad holandesa

Lo ya descrito sobre la relación entre los ingresos en el sector de las actividades no transables y los productos transables, así como el hecho anotado por Milenio de que los sectores económicos que se mantuvieron altamente dinámicos en 2016 fueron los servicios financieros y la construcción, que tienen la condición de no transables, son síntomas de que Bolivia padece la “enfermedad holandesa”.

Así es como llama la historia económica al desequilibrio causado por un incremento súbito de la capacidad de consumo de una sociedad que se ha visto beneficiada por un boom exportador, es decir, por un fuerte incremento de la demanda agregada, y la incapacidad de la industria nacional para proveer todos los bienes que de pronto son demandados.

Este desequilibrio lleva a la economía que lo sufre a navegar “lastrada” del lado de las importaciones y las actividades no transables, que se desarrollan porque pueden aprovechar de la mayor demanda sin competir con los aparatos productivos del extranjero.

La enfermedad holandesa no significa crisis, al contrario, suele darse en un contexto de gran bonanza. Su problema es el deterioro de la capacidad del país de producir y exportar manufacturas, bienes transformados, debido a que el incremento de los ingresos externos y de los excedentes de las no transables que ya hemos mencionado tiende a valorizar la moneda nacional y a aumentar el costo productivo interno. Mucho más si el tipo de cambio es invariable. De modo que resulta más rentable importar lo que se producía que seguirlo produciendo, lo que explica que varias fábricas bolivianas se hayan reconvertido en empresas importadoras en los últimos años.

Y también explica que los ingenieros químicos prefieran dedicarse a constructores, por graficar así el traspaso de las energías sociales de la producción de transables a las actividades no transables.

Los cambios en la situación internacional

La desaceleración de la economía boliviana se produce en el siguiente contexto mundial:

-Caída de los precios de las materias primas como resultado de la recuperación de Estados Unidos, que ha mejorado sus tasas de interés, y la ralentización del crecimiento chino.

-Crisis recesiva en América Latina desde 2014. Este año acabará la recesión y se producirá un leve crecimiento. La causa es el desfinanciamiento de la región por la recepción de menos ingresos y la salida de las inversiones en busca de mayor rentabilidad en el norte.

-Devaluación de las monedas de los países vecinos, la que le quita competitividad a los productos bolivianos (éstos son más caros que los de sus competidores peruanos, chilenos, etc.) Los vecinos devaluaron para mejorar el precio de sus exportaciones, porque sus economías se basan en diversidad de sectores transables, mientras que la boliviana solo tiene tres sectores transables significativos: gas, minerales y agroindustria. Puesto que los sectores extractivos no demandan una gran cantidad de mano de obra, no se benefician demasiado con la devaluación. Esto decidió al gobierno a mantener el tipo de cambio fijo, asegurando un efecto de bienestar para los consumidores, al costo de perjudicar a la agroindustria y otros sectores exportadores.

Para flexibilizar el modelo

Se sugiere darle espacio a los privados

La Fundación Milenio admite como remota la posibilidad de establecer un modelo económico que no esté basado en los recursos naturales. De esto se infiere que en el futuro inevitablemente vamos a tener que convivir con distintas modalidades de la enfermedad holandesa.

Lo que Milenio sugiere, por tanto, no es cambiar el modelo, sino flexibilizarlo, para pasar de la situación actual, en la que el Estado crea la demanda con una alta inversión (17% del PIB) y un alto gasto (23% del PIB) que ya no se sostienen con sus ingresos, sino con un creciente déficit fiscal, a una situación en la que la inversión privada se multiplique y el Estado pueda contraerse un poco a fin de “curar sus heridas”. Se esperaría en especial que el Estado dejara de gastar en las empresas estatales inviables, en cuya capacidad de “crear un hueco” en las finanzas públicas reside el principal riesgo estructural del modelo.

Según los datos del informe, en 2016 la inversión privada ha sido del 8% del PIB, una cifra relativamente baja: algo menos de la mitad de la inversión del Gobierno.

Es obvio que la mayor parte de la inversión privada está concentrada en actividades no transables como la construcción. Para Milenio la clave sería lograr que la inversión privada, tanto nacional como extranjera, fluyera nuevamente a los sectores extractivos, el gas y la minería. Y que se multiplicara en la agropecuaria y la manufactura.

Un proceso así disminuiría el déficit fiscal y mejoraría el excedente que efectivamente beneficiaría al Estado, que tendría menos gastos. Al mismo tiempo, disminuiría la dependencia del crecimiento nacional de las actividades no transables, que es una dependencia negativa para la estabilidad financiera, pues en lugar de producir divisas las gasta.

Para ello se requeriría que el Gobierno parara su “escape hacia delante” y aceptara un “aterrizaje suave” que, aunque demande sacrificios hoy, asegure la sostenibilidad del crecimiento y la estabilidad.

Este “aterrizaje” tendría que combinar el control del gasto público con la devaluación del boliviano, para disminuir las importaciones y aliviar a los productores manufactureros. También demandaría incentivos a la inversión privada en los sectores extractivos y flexibilización de las condiciones laborales (menos aumentos salariales, menos restricciones a los despidos) para generar empleos que compensen los que se pierdan en el sector público.

Este conjunto de medidas que no es popular hoy, pero tiene la capacidad, en opinión de quienes lo defienden, de eliminar las amenazas macroeconómicas que se ciernen sobre el país y dar paso a un modelo que, manteniendo sus características principales, sea más equilibrado.

Una cuestión fundamental en este debate es qué pasaría con la bolivianización de las finanzas si se comienza a devaluar en un contexto de caída de los ingresos de divisas.

10 de septiembre de 2017
Fuente: Página Siete

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