¿Cómo somos los bolivianos, y porqué somos así? ¿Es bueno que sigamos siendo como lo hemos sido siempre? ¿Podríamos ser de otro modo, sin dejar de ser nosotros mismos? ¿Vale la pena intentarlo?
¿Chaupi p’unchaipi tutayarka?
Irving Alcaraz
Henry Oporto me ha hecho el honor de pedirme un prólogo para su libro ¿Cómo somos? Ensayo sobre el carácter nacional de los bolivianos, cuya hipótesis central es que la cultura —las costumbres, las tradiciones, los hábitos, los vicios y defectos, en suma, la forma de ser de los bolivianos—ha jugado y juega un rol preponderante a la hora de encontrar una explicación plausible del atraso secular de Bolivia y del fracaso, o en el mejor de los casos de su agotamiento a medio camino, de los intentos de modernización que ha venido experimentando nuestra sociedad desde Sucre hasta Sánchez de Lozada.
Henry Oporto no está solo. Lo preceden, entre otros, pensadores de la talla de —nada menos— Alcides Arguedas y Franz Tamayo los que, sentados en lados opuestos de la historia apuntan a distintos villanos como culpables de nuestro infortunio, pero apoyándose en el fondo en el mismo principio.
A fines de la década de 1980, sucedió un hecho interesante, del cual fui testigo. El entonces presidente Víctor Paz Estenssoro le entregó a Goni la jefatura del MNR, produciéndose como consecuencia de ello el siguiente diálogo:
GONI: Estoy abrumado por la responsabilidad estimado doctor. Pero al mismo tiempo tengo confianza en el futuro. Bolivia está saliendo del desastre en que se encontraba y está organizándose conforme a criterios democráticos e institucionales.
PAZ: No te equivoques Goni, esto no es Bolivia.
Lo que Paz Estenssoro quiso decir, si he comprendido bien sus palabras, es que él compartía el criterio de que la cultura de los bolivianos y el comportamiento social que de ella nace, eran un obstáculo insalvable y que en consecuencia, tarde o temprano, esa realidad iba a empujar al país hacia atrás nuevamente. Paz Estenssoro no era un pesimista sino un realista supremo que conocía el alma de los bolivianos como pocos, por lo que sus palabras dan escalofríos.
Jaime Mendoza, refiriéndose a su hermano Germán que prometía mucho y dio frutos más bien menguados, escribió un artículo con un título en quechua: Chaupi p’unchaipi tutayarka (A medio día anocheció), que Carlos Medinacelli aprovechó poco después para titular del mismo modo un ensayo que dio origen a un libro sobre lo que parece ser el sino fatal de los bolivianos: En sus palabras, “la fractura síquica, quedarse a medio camino”.
“La frase —dice Medinacelli— mejor que muchas otras, define un carácter saliente de la vida nacional, donde casi todas las cosas quedan a medio hacerse y el destino de los hombres no llega a realizarse plenamente, jamás”.
Uno no puede dejar de recordar aquí la carta de Sucre a Bolívar en la que el gran reformador, truncada su labor, le anuncia que se va de Bolivia: “Llevo la ingratitud de los hombres en un brazo roto, cuando hasta en la Guerra de la Independencia pude salir sano”. El brazo lo tenía roto de un balazo.
Henry Oporto suma su trabajo a estas visiones desgarradoras tomando como aspecto central de su análisis la crisis de la industria del gas que, una vez más, está dejando una esperanza nacional a medio camino. “¿Chaupi p’unchaipi tutayarka?
Leamos a Henry para contestar esa pregunta.
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