Poco después de que se conocieran los auspiciosos resultados de las primeras perforaciones exploratorias en busca de gas natural en Bolivia, empezó también la reflexión sobre los posibles impactos económicos que tendría la abundancia exportadora. La reflexión se mantuvo algo aislada y no generó mucho debate. El país, sus líderes políticos, dirigentes sociales, generadores de opinión y en general los ciudadanos, parecía convencido de que era cuestión de esperar, con el dinero podrían llegar las soluciones. El aumento de exportaciones traería dinero y éste permitiría resolver las innumerables carencias que hay en el país.
El debate se concentró en otros temas: a quién exportar, en qué condiciones, cómo aplicar o cambiar las normas tributarias, etc. Se sabía que iba a llegar un período de bonanza a medida que se empezara a exportar gas al Brasil, que se ampliaran las exportaciones a la Argentina y que se abrieran nuevos mercados. Se suponía que esa bonanza llegaría poco a poco, dándonos el tiempo necesario para irnos adaptando a la nueva abundancia.
Pero los precios comenzaron a subir desde comienzos de la década, desde el 2004 se alejaron de los promedios anteriores y, con algunas oscilaciones, no dejaron de aumentar hasta mediados del 2008, cuando se desplomaron como efecto de la crisis recesiva desatada por las hipotecas de baja calidad.
Esto hizo que la bonanza llegara antes pero durara menos en Bolivia.