Henry Oporto se ha atrevido a escribir un libro con ese título, indagando el carácter nacional de los bolivianos. Se trata de un esfuerzo ambicioso y riesgoso pero necesario.
Es ambicioso porque aspira a desentrañar los elementos que compartimos y que moldean un “ser nacional”: el territorio, los recursos, las instituciones y, claro, la historia, con sus derrotas y victorias. Y es riesgoso, porque el promedio nunca abarca la totalidad y habrá siempre quien desmienta y discuta sus conclusiones, exponiendo otros datos. Aún así, es un esfuerzo necesario y valioso. ¿Cómo definir hacia dónde queremos ir si no sabemos quiénes somos? ¿Si no reconocemos nuestras limitaciones y valores?
Oporto sabe todo esto y nos advierte que puede no haber logrado su propósito. Pero nos desafía al debate y la reflexión, y hay que asumirlo con la misma honestidad y disposición al dolor que él muestra en estas páginas. Todos sabemos que no es fácil mirar hacia adentro y detectar los problemas, las limitaciones y los traumas que nos impiden progresar.
La “cultura” nacional
El texto se concentra en cinco características que representarían las mayores trabas a nuestro desarrollo como nación. El individualismo atomizado, desconfiado y que busca refugio en los lazos familiares; la aversión a la competencia y la búsqueda de una ventaja para ganar o una disculpa al perder; el desprecio por la ley, que sería inadecuada a nuestra realidad desde sus orígenes coloniales; un mestizaje que no alcanzamos a aceptar ni valorar; y el victimismo, ese terrible culto a la derrota.
Para describir estos rasgos, Oporto recurre a datos, citas, estudios y anécdotas, que le permiten además cuestionar interpretaciones alternativas que pretenden caracterizarnos como un pueblo comunitarista y de purismo indígena.
Algunos de estos rasgos, sin embargo, no me parecen propiamente culturales porque los considero comportamientos que derivan del contexto institucional. Como lo saben quienes han vivido o visitado Cobija, por ejemplo, los mismos mototaxis que en el lado boliviano se mueven sin respeto alguno por la ley, para cruzar al lado brasileño alquilan cascos en el puente fronterizo y, una vez al otro lado, respetan rigurosamente todas las reglas de tránsito. Pasa lo mismo con migrantes o turistas bolivianos en cualquier parte del mundo, que fácilmente dejan su “cultura” y se adaptan al nuevo entorno, respetando las leyes.
El individualismo y el rechazo a la competencia que menciona Oporto, tiene el común denominador de la desconfianza, también tratada en el libro. Es tan débil el sistema estatal que resulta fácilmente capturado por el burócrata a cargo, cuando no manipulado por presión corporativa.
En ese entorno, ser desconfiado no es una opción cultural, sino una obligación de supervivencia. Obviamente, la consecuencia directa de ello es el desprecio a la ley, que Oporto anota como rasgo cultural. Estos no son a mi juicio rasgos culturales, puesto que se explican por la debilidad del sistema jurídico y normativo.
Como lo argumenté en otros textos, creo que el rentismo contribuye a explicar varios de estos temas, puesto que nos “conviene” que las rentas sean concentradas en manos de un estado institucionalmente débil, ya que eso nos permite acceder a los recursos a partir de la acción corporativa, la presión callejera, el conflicto social. No hemos hecho el esfuerzo de organizar un sistema jurídico e institucional fuerte porque no lo hemos considerado hasta ahora necesario.
Por supuesto, que esta manera de distribuir los recursos no hace más que reproducir las desigualdades y alentar el despilfarro y la corrupción, pero nos preocupa más organizar el partido, sindicato o comité, que nos permitirá cobrar la tajada que creemos nuestra.
El culto a la derrota
Para terminar, quisiera expresar una coincidencia que es fundamental con Oporto, al destacar un rasgo sustancial del carácter nacional: el victimismo. Desde niños y en cada acto cívico nuestros maestros y líderes políticos y sociales presiden el culto a la derrota. Reconstruyendo el mito del pasado precolonial o el del inocente agredido, desplazamos hacia los conquistadores españoles, los chilenos, o los imperialismos modernos la culpa de nuestra postración y miseria. Al definirnos como víctimas, evitamos asumir responsabilidad por nuestros actos. Siendo incapaces de reconocer nuestros errores, tampoco lo somos para aprender las lecciones de la historia, a la que nos referimos continuamente, pero de un modo superficial y distorsionado.
En la formación de nuestra identidad nacional no hemos logrado superar el patriotismo territorial, que es primitivo y elemental porque se basa en casualidades geográficas y naturales, y construir un patriotismo constitucional, que se funda en aquello que construimos como colectividad: instituciones, normas, industrias, arte. Este tipo de patriotismo, que lo encontramos en muchos países, no solamente recupera la historia, sino que la proyecta al futuro, alentando nuevos y mayores desafíos. En Bolivia prevalece el patriotismo territorial, pero no es del todo inexistente el constitucional. En algunos periodos avanzó este tipo de patriotismo, orgulloso de lo que lograba más allá del discurso lastimero o centrado en recursos naturales, pero no ha tenido la fuerza para defenderse de la tradición del otro. Hoy mismo somos testigos de esa tensión, en el conflicto que se da entre una supuesta defensa de los recursos naturales, con menosprecio de todo lo demás, y una exigencia de restablecer un estado de derecho que garantice un lugar para cada ciudadano, en un sistema tolerante y de poderes controlados que protejan los derechos de la gente. Para construir el patriotismo constitucional y superar el territorial, tendremos que vencer los sentimientos de derrota, nuestra peor tenaza.
Como verá, la provocación de Henry Oporto en este libro es muy fecunda.
EL LIBRO
La Fundación Milenio y Plural editores presentaron, a fines de mayo, el libro de Henry Oporto ¿Cómo somos?, ensayo sobre el carácter nacional de los bolivianos.
Por: Roberto Laserna
10 de junio de 2018
Fuente: Los Tiempos