Las palabras del presidente Luis Arce en Beni el 6 de mayo, jactándose del «segundo mayor crecimiento económico de la región», resuenan con ironía en un país que palpita al ritmo de una crisis que se intensifica. Mientras el Gobierno se aferra a cifras oficiales que contradicen la realidad que viven los bolivianos, economistas y expertos advierten sobre una tendencia alarmante: caída en picada de la economía, desequilibrios fiscales y un futuro incierto.
El informe de la Fundación Milenio lo deja claro: la economía boliviana no va por buen camino. La dependencia del dólar, el agotamiento de las reservas internacionales, el aumento de la deuda pública externa e interna y la caída en la producción de gas natural son solo algunos de los ingredientes de este cóctel explosivo. Las consecuencias son tangibles: precios en alza, escasez de productos básicos y un acceso cada vez más difícil al crédito.
Las cifras hablan por sí solas: se estima que el déficit fiscal supera el 12% del PIB, situando al país en una situación de extrema vulnerabilidad. La dependencia del dólar, la reducción de las exportaciones y la menor producción de gas agravan aún más el panorama.
El fantasma de una devaluación acecha cada vez más cerca, mientras la escasez de combustible y productos básicos se convierte en una realidad palpable para la población. La clase media se ve empobrecida, los más desfavorecidos se hunden en la miseria y las empresas luchan por sobrevivir en un entorno cada vez más hostil.
Pero el Gobierno, en lugar de reconocer la gravedad de la situación, se empeña en pintar una imagen de optimismo infundado. Cifras oficiales hablan de crecimiento, mientras la gente en las calles lucha por llegar a fin de mes. Esta narrativa oficial, lejos de tranquilizar, solo genera desconfianza y ahonda la crisis de credibilidad que aqueja al Gobierno.
El asalto militar del 26 de junio, real o no, solo ha servido para empeorar las cosas. El riesgo país se ha disparado, encareciendo el crédito internacional y poniendo en jaque la estabilidad económica. Los bolivianos no necesitan informes de economistas para saber que algo anda mal. La inflación, la escasez de dólares y combustibles y la falta de oportunidades son realidades que golpean día a día a las familias bolivianas.
Es hora de dejar de lado la narrativa triunfalista y enfrentar la realidad con seriedad y responsabilidad. Se necesita un ajuste fiscal urgente, un cambio radical en el modelo de desarrollo que atraiga inversión y, sobre todo, un Gobierno que escuche a su pueblo y tome medidas concretas para salir de esta crisis.
Milenio plantea medidas urgentes como reducir el subsidio a los combustibles y alimentos, achicar el tamaño del sector público, acabar con el descalabro de las empresas estatales deficitarias, promover las exportaciones y gestionar un crédito con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar la cesación de pagos.
Negar la realidad solo la empeora. Bolivia no puede darse el lujo de seguir por este camino. Es hora de actuar con sensatez y tomar las decisiones necesarias para construir un futuro mejor para todos los bolivianos.
6 de junio de 2024
Fuente: El Deber
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