Es una falacia decir que la democracia es la llave maestra para abrir las puertas de la paz, la libertad y la prosperidad, pues la democracia no define ni es garantía en sí misma para una sociedad libre. La historia, en realidad, ha registrado tantos capítulos sobre sociedades democráticas que degeneraron en corrupción, saqueo y tiranía, que resulta necesario insistir incansablemente sobre la discusión no sólo de la ausencia de la democracia, sino también de la democracia en ausencia de libertad.
El mes de abril de 2010 marcó la fecha en que se cumplieron sesenta y cinco años de la muerte de Adolfo Hitler en la ruinas de Berlín, cuando finalizaba la Segunda Guerra mundial en Europa. Vale recordar la cercanía que tenían el Partido Comunista y el Partido Nazi en Alemania a principios de la década de los años 30, durante los albores de la República de Weimar.
En las elecciones del 31 de julio de 1932, el nacional socialismo de Hitler surgió como el partido más grande en el parlamento, mientras los comunistas ocuparon un tercer lugar después de los social demócratas. En la última elección libre del 6 de noviembre de 1932, antes de que Hitler asumiera el poder en enero siguiente, el nazismo seguía siendo el partido más grande a pesar de haber perdido algunos escaños, y los comunistas lograron ganar terreno a los social demócratas.
Ni los nazis ni los comunistas ocultaban a los votantes las intenciones que tenían para cuando llegaran al poder. En efecto, un economista austriaco llamado Ludwig Von Mises observó en 1926 que «muchos alemanes ponían sus esperanzas en la llegada del ‘hombre fuerte’, un tirano que pensaría por ellos y hasta sentiría cariño por ellos.» Los hombres han vendido su libertad incluso a través de las urnas al haber sido seducidos por las promesas del paternalismo político.
En el mundo de hoy, sobre todo en América del Norte y Europa Oriental, estas formas de tiranía extrema tienen muy poca afinidad para la mayoría de las personas, pocos están dispuestos al sacrificio de su libertad por una utopía totalitaria. Hoy la gente apenas busca utilizar las fuerzas del Estado para un juego de mutuo saqueo a través de la intervención del gobierno y la redistribución impuesta del bienestar.
Lo que en naciones democráticas de hoy en día se practica es lo que Vilfredo Pareto llamó «socialismo burgués», es decir, el uso del Estado por vastos grupos de personas con intereses especiales que ejercen presión en favor del proteccionismo comercial, de los subsidios, de la manipulación monetaria, y de las regulaciones de la economía doméstica para estrangular el consumo.
Alrededor de unos cien años atrás, Pareto también entendió lo que los teóricos de la Escuela de Elección Pública observaron ya en el Siglo XX, los incentivos asimétricos que resultan de la concentración de beneficios y la propagación, las cargas creadas por la intervención gubernamental en un sistema democrático:
«[Sic] Supongamos que en un país de treinta millones de habitantes se propone bajo uno u otro pretexto, conseguir que cada ciudadano renuncie a un franco por año y distribuya el importe entre treinta personas. Cada uno de los donantes dará un franco por año, y cada uno de los treinta beneficiarios recibirá un millón de francos por año.
Los dos grupos se diferenciarán enormemente en su respuesta a esta situación, pues aquellos que esperan ganar un millón por año no conocerán al descanso de día o de noche. Ellos persuadirán a los diarios sobre su interés por incentivos financieros y recibirán todo tipo de apoyo. Una mano discreta calentará las palmas de legisladores necesitados e incluso de ministros. En los Estados Unidos no hay ninguna necesidad de recurrir a tales métodos ilícitos: estas prácticas son realizadas abiertamente, hay un mercado abierto para votos como los hay para los granos o el algodón. Por otro lado, los despojados son mucho menos activos. Se necesita un gran monto de dinero para lanzar una campaña electoral. Ahora hay dificultades materiales insuperables que militan otra vez la petición de cada ciudadano para contribuir unos céntimos… El individuo que es amenazado con perder un franco al año, incluso si está al tanto de lo que podría dar paso, no lo hará por más pequeña que sea un picnic para todo un país, o el caer con
amigos útiles, o caer del lado equivocado del alcalde o el prefecto! En estas circunstancias el resultado no es una duda: quien usurpa ganará fácilmente».
En otras palabras, lo que tenemos es un sistema de pillaje democrático, bajo el cual Frédéric Bastiat dijo, «cada uno intenta usar al estado para vivir a cargo de todos los demás».
En realidad, la democracia es apenas un mecanismo para la elección pacífica de funcionarios públicos. Con seguridad es superior a las revoluciones y guerras civiles, la democracia no hace más que sustituir balas por votos. Su incalculable importancia para este propósito jamás debe ser descartada u olvidada.
Pero la democracia no es libertad. El significado de la libertad fue explicado por Benjamin Constant, un liberal clásico francés, en un famoso discurso que dio en 1819, The Liberty of the Ancients Compared with that of the Moderns.
Primero pregúntense, caballeros, lo que un inglés, un francés o un ciudadano de los Estados Unidos de América, entiende hoy por la palabra «libertad». Para cada uno de ellos es el derecho de sólo ser sujeto de la ley, y de no ser detenido, arrestado, condenado maltratado de cualquier manera, por la voluntad arbitraria de uno o varios individuos.
Es el derecho de cada uno de expresar su opinión, elegir una profesión y practicarla, disponer de su propiedad y hasta abusar de ella; de ir y venir sin necesidad de autorización, y sin necesidad de explicar sus motivos u obligaciones. Es el derecho de todo mudo de asociarse con otros individuos, hablar de sus intereses, o profesar la religión que ellos y sus socios prefieren, o hasta simplemente ocupar sus días y horas de una manera que es más compatible con sus inclinaciones o caprichos. Finalmente, es el derecho de todo mundo de ejercer un poco de influencia en la administración del gobierno, eligiendo a todos los funcionarios o particulares, o por representaciones, peticiones, demandas de las cuales las autoridades las obligan mas o menos a hacer caso.
Como puede observarse, Constant creyó un elemento esencial de las libertades la capacidad de participar en el proceso político, con funcionarios elegidos ante los ciudadanos. Pero la «democracia» no es el ingrediente principal de la libertad humana.
Lo central es la libertad del individuo de gobernarse a sí mismo.
Por tanto, él debe dejar a los demás individuos en paz por el mismo propósito. Las relaciones con ellos deben estar basadas en el consentimiento, sin la restricción o regulación del gobierno.
La tarea del gobierno es la de asegurar al individuo de ser libre de la violencia y la coerción; proteger su vida, libertad y propiedad de la agresión. Cuando va más allá, la libertad habrá sido reducida, aun cuando aquel gobierno hubiese sido elegido democráticamente.
El triunfo de la democracia en el mundo será una victoria vacía si esta no crece a partir de la idea más fundamental de la libertad. Caso contrario, los hombres seguirán viviendo bajo una tiranía, aquella de las mayorías electorales.
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