Durante 2008 en el sector petrolero boliviano se observaron claramente preocupantes tendencias y síntomas que, habiendo sido identificados y advertidos con larga anticipación, se manifestaron abiertamente en la gestión pasada y presagian consecuencias imprevisibles para el inmediato futuro hidrocarburífero y económico del país:
• el colapso de la inversión petrolera y su inercia de varios años en valores apenas suficientes para mantener los actuales niveles de producción
• el estancamiento de la producción de gas natural en volúmenes que, no ha variado en los tres últimos años
• la cada vez más rápida declinación de los campos petroleros antiguos y la ya evidenciada contracción en la producción de líquidos de los que depende fundamentalmente el abastecimiento interno de carburantes
• el sintomático desabastecimiento de diesel, GLP y gasolinas en el mercado interno
• el desplome en el valor de las exportaciones de petróleo a causa tanto de la caída de su precio internacional como del inexorable descenso de los excedentes de producción
• el crónico incumplimiento de compromisos contractuales de exportación de gas natural a Brasil y Argentina, con sombrías consecuencias estratégicas para el país en términos de la pérdida de confianza en Bolivia como proveedor energético regional
• y en términos del evidente desplazamiento de Bolivia a la condición de proveedor de segunda categoría ante fuentes de abastecimiento o más baratas o, en todo caso, más confiables
• la aceleración de enormes inversiones en exploración y desarrollo petrolero en Brasil y Perú, e inclusive en Argentina y Chile y la inexorable adopción de y reconversión a energías alternativas
• y la incursión definitiva del LNG en el Cono Sur con el inicio de operaciones de las plantas de regasificación de Bahía Blanca en Argentina y de Peçem en Brasil y la construcción, ahora en proceso, de las plantas de Guanabara en Río de Janeiro y de Quintero y Mejillones en Chile.