Un aspecto muy importante dentro de cualquier economía son sus finanzas públicas, entendida ésta como la actividad financiera llevada a cabo por parte del Estado mediante los ingresos y los gastos correspondientes. Es decir, todo el flujo de recursos que logra captarse por distintos conceptos (principalmente impuestos y regalías) y los usos que se le da a los mismos. Todo esto puede resumirse en un indicador muy útil que da cuenta del saldo fiscal: si los ingresos son mayores a los gastos hablamos de un superávit fiscal y, en sentido contrario, si los gastos superan a los ingresos tenemos un déficit fiscal.
Una situación equilibrada de las cuentas fiscales resultaría deseable; un déficit moderado como sostenible y transitorio no implica problemas y, al contrario, puede fomentar el desarrollo de la economía, siempre y cuando se cuente con instituciones económicas sólidas y eficientes. Un déficit no tiene por qué ser algo malo per se cuándo se lo maneja adecuadamente.
El déficit fiscal se dispara
Sin embargo, los datos más recientes de las cuentas fiscales en Bolivia muestran un déficit del sector público no financiero (la suma del Gobierno General y las Empresas Públicas) en 2018 de Bs 22,670 millones superior a los Bs 20,278 millones de 2017. Estas cifras son las más alta en al menos tres décadas. Para hacer una comparación más adecuada es preciso relacionar este déficit con el Producto Interno Bruto (PIB). Con este ajuste observamos que el nivel registrado en 2018 es de -8.1 por ciento del PIB, ubicándose como el segundo más alto en el periodo mencionado (Gráfico 1).
No hay que olvidar que en todo esto tuvo mucho que ver el contexto económico, con unas condiciones poco favorables hasta fines del siglo XX y, que, como es sabido, se benefició del supercíclo de las materias primas de más de una década, por lo que no es sorprendente que las cuentas fiscales registraran una mejora en dicho periodo. Lamentablemente poco después hemos vuelto al déficit fiscal.
¿Cómo está los otros países de Latinoamérica?
Pero las cuentas fiscales en Bolivia son tan distintas del resto de la región. La caída en las cotizaciones de las materias primas ha impactado de manera negativa en las cuentas fiscales de Latinoamérica a partir de 2013. Ciertamente, la intensidad del efecto fue distinta dependiendo del país, los canales de transmisión, la estabilidad y sus recursos disponibles. En lo que sí se diferenció Bolivia fue el continuo incremento del déficit, situación que la mayoría de nuestros vecinos trató de corregir.
El año 2005 fue el último en el cual Venezuela registró un superávit fiscal. Desde el 2006 mantuvo déficits que crecieron casi de manera ininterrumpida hasta el año 2014; en este periodo se pasó de un -1.6 por ciento del PIB al -15.4 por ciento del PIB. Se estima que en 2017 su déficit superó el 20 por ciento del PIB y que 2018 cerró con casi un 30 por ciento del PIB (Gráfico 2). Estas son cifras confirman el deterioro del vecino país. Vale la pena destacar que dicho deterioro no fue algo que pasó de la noche a la mañana. Si bien el déficit fiscal es solamente un indicador de la economía venezolana, sirve para ejemplificar la complicada situación por la que atraviesa actualmente.
Bolivia con relación a los vecinos
Sin tomar en cuenta a Venezuela, Bolivia en 2018 fue la economía de la región con el déficit fiscal más elevado por segundo año consecutivo con un 8.1 por ciento del PIB (Gráfico 3). Los siguientes países con déficit elevados son Brasil con 7.1 por ciento del PIB y Argentina con 5.0 por ciento del PIB. Llama la atención que pese a contar con una situación económica más delicada ambos países lograron mantener una cifra menor a la nuestra.
Si se observa el promedio regional, se aprecia que Bolivia siguió la tendencia de la región entre 2006 y 2013 (aunque con una situación algo más favorable), manteniendo saldos positivos en el periodo de bonanza, pero con un descenso importante en 2009, producto del shock externo de los bajos precios del petróleo. En la región, igualmente, se sintió el efecto y se pasó de un superávit promedio de 1.1 por ciento del PIB en 2008 a un déficit promedio de 1.9 por ciento del PIB en 2009 (Gráfico 4). Los siguientes años hubo una mejoría, aunque en general se mantuvieron los déficits.
¿Por qué preocuparnos?
No puede dejar de preocuparnos lo que sucede con nuestras cuentas fiscales, que en los últimos años fueron descuidadas. Tener un déficit superior al 3 por ciento del PIB es preocupante, pero además que sea creciente puede convertirse en un factor de riesgo importante. El contexto nacional, regional e internacional puede desequilibrar la economía, dejando al país en una situación muy desventajosa. Si se observa el presupuesto para 2019, no existe indicio alguno de prudencia fiscal y, al contrario, se busca mantener elevado tanto el gasto como el déficit, este último con el 7.8 por ciento del PIB. Ajustar las cuentas públicas es un imperativo.
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