La áspera discusión sobre la utilización de transgénicos tiene diversas aristas, una de ellas es la acusación que hacen los defensores de esta biotecnología contra quienes se oponen, señalando que su crítica carece de base científica
El Decreto Supremo N° 4232 ha desatado un complejo debate sobre los transgénicos y los posibles impactos ambientales, sanitarios, sociales, económicos, etc., que estos podrían acarrear. Defensores y detractores utilizan un conjunto de argumentos para afianzar su posición, muchos de los cuales se encuentran en el plano de la ciencia.
En un reciente evento virtual organizado por la Fundación Milenio, denominado: “Transgénicos: ideologías anticientíficas Vs. la revolución tecnológica para sacar a Bolivia del atraso agrícola”, la invitada especial fue María Mercedes Roca, doctora en virología por la University College London.
¿Una oposición que parte del rechazo al cambio?
En el evento, dirigido por Henry Oporto, Director de la Fundación Milenio, María Mercedes Roca minimizó los argumentos de quienes estarían en contra a esta biotecnología, ya que estas personas estarían motivadas por “emociones humanas que son fáciles de manejar: la indignación, el asco y el miedo”.
Este rechazo, según Roca, sería similar a aquel que opusieron quienes se resistieron a la industrialización de Europa en la época de la Revolución Industrial, y que parte de una aversión al cambio, sin dimensionar las transformaciones positivas que conllevan este tipo de innovaciones.
En este mismo sentido, señaló que los grupos opositores de los transgénicos parten de una idealización de las semillas nativas, puntualizando que “es una falacia y es una mentira de que las semillas nativas son maravillosas”, ya que, por ejemplo, pueden ser propensas de contraer enfermedades.
La cientificidad en discusión
Antes de continuar, vale la pena aclarar que científicos, filósofos e intelectuales en todo el mundo sostienen debates epistemológicos ‒sobre cómo se llega a conocer el mundo‒, en los que se cuestiona la primacía del conocimiento científico como “único” saber valido y que, en todo caso, este está inserto también en relaciones de poder.
En todo caso, lo anterior no implica la no existencia de un debate profundo en el plano de las comunidades científicas reconocidas institucionalmente, respecto a la utilización de las semillas transgénicas. En otras palabras, en esta nota se enfatiza la discusión en el plano de la ciencia sobre los transgénicos, sin señalar que estos son, ni mucho menos, los únicos argumentos válidos para abordar la problemática.
Pero ¿cómo saber si un argumento es o no científico? Hay muchos criterios para determinar esto, aunque el principal tiene que ver con la aplicación del método científico que, a su vez, incluye un conjunto de procedimientos que son legitimados por las comunidades científicas de cada disciplina.
Pero no solo es una cuestión de método, sino también de legitimación y difusión del conocimiento producido. Una de las principales maneras en que un descubrimiento científico queda legitimado por una comunidad de investigadores, sucede cuando un trabajo es sometido a una revisión rigurosa por pares (peer review), en la que otros miembros de dicha comunidad, de manera anónima, establecen si ese trabajo ha seguido los procedimientos investigativos necesarios.
Si es que estos trabajos superan esta examinación, por lo general son publicados en las denominadas Revistas indexadas o académicas, que actúan como filtro de reconocimiento para los trabajos que cuentan con base científica.
Según el libro Divulgación y difusión del conocimiento: las revistas científicas, elaborado por académicos de la Universidad Nacional de Colombia: “las revistas científicas deben asegurar ciertos parámetros de calidad en cuanto a normalización editorial, gestión, visibilidad, contenidos y procesos de revisión por pares, siendo la calidad de los contenidos el factor más determinante”.
Bajo este criterio, un trabajo o argumento que está presente en estas revistas no podría considerarse un conocimiento no-científico y menos “anti-científico” ‒ lo que implicaría un conocimiento contrario a la ciencia‒.
Crítica a los transgénicos con bases científicas
El brasilero, magister en Economía Rural y doctor en Ingeniería de Producción, Leonardo Melgarejo, ha estudiado cómo dos grandes instituciones, que son referentes internacionales en el debate sobre transgénicos, llegan a conclusiones diametralmente distintas respecto a la genotoxicidad del glifosato (uno de los principales herbicidas utilizados en la producción de transgénicos)
Por un lado, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA, por sus siglas en ingles), una institución del gobierno de EE.UU. que asevera que el uso de este herbicida no tiene efectos sobre la salud.
Por el otro lado, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), dependiente de las Naciones Unidas, que ha señalado serias advertencias sobre el uso del glifosato en la salud humana, principalmente en el tema de cáncer.
Según Melgarejo, existe una diferencia fundamental en las fuentes de información que sostienen ambas posiciones. Los estudios sobre los cuales se sostienen los argumentos de la EPA son principalmente investigaciones no publicadas que han sido encomendadas por los registrantes de semillas transgénicas, es decir, las empresas que quieren que sus semillas sean legalizadas. El 99% de estos estudios señalan que no existen consecuencias del glifosato sobre la salud humana.
En cambio, la mayor parte de los estudios sobre los cuales basa sus argumentos la IARC, son investigaciones revisadas por pares en el marco de protocolos reconocidos por comunidades científicas. En este caso, el 70% de estas investigaciones señalan que el glifosato tiene efectos de genotoxicidad y afecta a la salud humana.
En este sentido, se puede asumir que las observaciones que la IARC tiene sobre la utilización de transgénicos, cuentan con una base científica sólida.
Otros ejemplos científicos
Siguiendo el trabajo de investigación del médico argentino, Damián Verzeñassi, se pueden citar algunos estudios científicos que ‒cumpliendo los criterios de revisión por pares‒ señalan un conjunto de efectos que los transgénicos tienen sobre la salud (humana y no humana).
Por ejemplo, la investigación: “Una comparación de los efectos de tres variedades de maíz Genéticamente Modificado en la salud de los mamíferos”, publicado en la revista académica International Journal of Biological Sciences, señala la afectación hepática y renal que generan estos maíces transgénicos en los mamíferos.
Otro estudio, denominado: “Monitoreo de los residuos de glifosato en la soya transgénica resistente al glifosato”, publicado por la revista indexada Pest Managment Science, explica la persistencia de los agrotóxicos y sus metabolitos en los granos de soya.
El trabajo titulado: “Efectos diferenciales del glifosato y el Roundup en las células de la placenta humana y la aromatasa”, publicado por la revista académica Environmental Health Perspectives, analiza las alteraciones que estos herbicidas tienen sobre el sistema endocrinológico y las modificaciones que generan en el metabolismo.
En este mismo sentido, la investigación: “Nuevo análisis de un estudio de alimentación de ratas con maíz genéticamente modificado revela signos de toxicidad hepatorrenal”, publicada por la revista académica Archives of Environmental Contamination and Toxicology, se explica cómo el consumo de maíz transgénico alteró significativamente el peso, los triglicéridos, el fósforo y el sodio de las ratas que fueron objeto de estudio.
Estos son solo algunos ejemplos de estudios científicos ‒validados por comunidades científicas‒ que demuestran que existen serios problemas relacionados al uso de transgénicos.
En la entrevista realizada por la Fundación Milenio, la académica María Mercedes Roca no se refirió a este tipo de estudios, ni hizo alusión a investigaciones científicas que ‒cumpliendo los criterios de rigurosidad científica antes mencionados‒ rechazasen este conjunto de cuestionamientos que vienen de la propia ciencia.
Tampoco se pudo encontrar información sobre la producción científica que el Centro “BioScience Think Tank”, que María Mercedes Roca dirige, haya generado sobre esta temática. Es poca la información que sobre este “Think Tank” existe en el internet.
“La publicidad demonizante de los grupos de activistas”
En un texto de análisis ‒no de publicación científica‒, titulado: “Los desafíos de implementar tecnologías de biología sintética en países en desarrollo” (texto en inglés), de la Dra. María Mercedes Roca, esta académica plantea un conjunto de temas referidos a las limitaciones o dificultades para expandir la producción de la agricultura biogenética en los países en vías de desarrollo.
Llama la atención su posición que convoca a evaluar el carácter democrático que deben tener las decisiones sobre este tipo de agricultura, ya que “en los países en desarrollo, los problemas altamente técnicos, como la regulación de los productos genéticamente modificados o la biología sintética, están más allá de la comprensión general del público, que no verá más allá de la publicidad demoníaca de los grupos activistas”.
Si bien estas apreciaciones no fueron vertidas en el evento virtual presentado por la Fundación Milenio, plantean un marco importante para situar la perspectiva desde la cual la Dra. Roca considera que los países como Bolivia (en desarrollo) deberían llevar adelante la agricultura biotecnológica.
En realidad, si se analiza en detalle la agenda que diversas organizaciones, instituciones, colectivos y activistas han puesto sobre la mesa de debate con respecto al tema de transgénicos y los serios cuestionamientos que existen sobre la temática, una buena parte de ellos están situados en el plano de la ciencia. Otros argumentos, igualmente válidos, tienen que ver con cuestiones de soberanía, identidad, legalidad, horizonte económico, etc., y que de ninguna manera pueden ser minimizados
En todo caso, referirse a la crítica que se hace frente a los transgénicos como una “ideología anticientífica”, pareciera ser una postura que desconoce la propia dinámica de la ciencia.
8 de junio de 2020
Fuente: El País