Se han utilizado datos del Banco Mundial y de la Fundación Milenio (informes N° 14, 22 y 39, referidos a los años 1994, 2005 y 2016). Se han considerado estos períodos para permitir que se utilicen datos equiparables, evitando así posibles distorsiones en caso de emplearse proyecciones. La pretensión es comparar dos períodos, en los que se anuncia que se cambió el patrón de acumulación y generación de la riqueza, lo que permitió a Bolivia pasar de país pobre a país de ingresos medios/bajos. Lo más auspicioso para los bolivianos es que, en pocos años, estaríamos en condiciones de tener un Producto Interno Bruto per cápita equivalente al de nuestros vecinos chilenos y, por tanto, permitirnos un nivel de bienestar comparable, traducido en mejores niveles de acceso a servicios educativos, de salud, básicos, sociales y de participación en los procesos de toma de decisiones económicas. Ojalá también estemos en condiciones de respeto a los resultados de sus decisiones políticas emitidas en las urnas.
En 1994 el ingreso per cápita en Bolivia era de 1.400 dólares. En 2005 fue de 1.600 y en 2016, de 2.400. En el primer período, el crecimiento fue del 12%, mientras que en el segundo fue del 50%, cuando el mundo lo había crecido al 16 y 24%, respectivamente. El país había más que duplicado el crecimiento promedio mundial.
Sin embargo, no solo Bolivia ha tenido ese desempeño. Perú ha crecido al 18 y 73%. Y Chile al 35 y 47%, resultado aún más significativo, que le permitió pasar de 7.500 dólares en 1994 a 10.141 en 2005, y a 15.000 en 2016, duplicando así el ingreso del año 1994.
Es lamentable que Argentina y Brasil no hayan aprovechado las ventajas del incremento substancial de los precios de las materias primas y el petróleo en el segundo período. Si acaso no solo sus gobernantes se hubiesen enriquecido, con seguridad, la bonanza económica de sus pobladores hubiese permitido dinamizar la pequeña y mediana empresa nacional, generando empleo, ingresos, ahorros, más inversiones, recreando un círculo virtuoso que, al final, no se pudo generar.
Provoca satisfacción verificar que vamos cerrando la brecha de ingresos con nuestros vecinos, gracias a los generosos incrementos de los precios internacionales de las materias primas y el petróleo. Aunque debemos advertir que Perú y Paraguay tienen el doble de ingresos que nosotros, y Argentina y Brasil nos cuadruplican. Y Chile tiene seis veces más ingresos que Bolivia.
No obstante las buenas nuevas, hay otras que generan preocupación. Si se considera a los sectores que más contribuyen al Producto Interno Bruto, como la agropecuaria, la industria, la administración pública y los derechos e impuestos sobre importaciones, encontramos variaciones en su contribución, observando menos peso relativo de la agricultura e industria.
La agropecuaria representó el 15% en 1994, el 17% en 2005 y apenas el 11% en 2016, pese a que se tenían buenos precios externos. Al parecer, no se advirtió que era posible optimizar y obtener un rédito aún mucho más alto.
Con la industria, se pasó del 17% en 1994 al 15% en 2005, y al 11% en 2016. Queda claro que la elevación de precios externos favoreció a la producción primaria, pero no como para justificar que el sector haya perdido casi un 30% de incidencia. Probablemente, parte de la explicación se la encuentre en los incrementos de salarios no respaldados con incrementos de la productividad laboral o los pagos de doble aguinaldo.
Frente a esos muy preocupantes decrementos, se observan incrementos en la contribución al PIB de la administración pública, que con el 10% en 1994 bajó al 8% en 2005 y subió al 16% en 2016. Otro tanto sucedió con la participación de los derechos e impuestos sobre las importaciones, que del 8% en 1994 subió al 9% en 2005 y al al 18% en 2016. Es decir, ambos sectores se duplicaron.
Estaría bien que suban los derechos sobre las importaciones, si dicho incremento estaría provocado por mayores importaciones para los sectores agropecuario e industrial, pero estos sectores, más bien, decrecieron. Que la administración pública crezca y preste más y mejores servicios de apoyo a la producción estaría bien, por lo menos para el sector agropecuario, que en el país emplea a más del 30% de la PEA (Población Económicamente Activa). ¿Será que de esta manera se podrá cerrar la brecha de ingresos con los vecinos?
Lic. Ricardo Baldivieso M.
DOCENTE FACULTAD CIENCIAS ECONÓMICAS Y EMPRESARIALES – USFX
20 de marzo de 2019
Fuente: Correo del Sur